inquietud
Me parece extraño cómo algo inanimado, carente de emociones propias o raciocinio puede resultar tan inquietante. Una escultura, maniquí o estatua está por definición quieta, y sin embargo mirándola atentamente puede mover dentro de nosotros lo mismo que aquello que representa. 

Cuando no sé que significa algo acudo a la Real Academia Española para buscar su definición. Inquietud significa “Falta de quietud, desasosiego, desazón.” Y creo que de alguna manera las representaciones de lo humano recogidas en este libro generan ese desasosiego al mirarlas cuidadosamente. Pero miro y sigo sin entender. Vuelvo a leer. Inquietud también es según la Academia la “Inclinación del ánimo hacia algo, en especial en el campo de la estética.” Mi ánimo se inclina a reflexionar acerca de la representación de lo humano mediante la piedra o el plástico.

Decía Miguel Ángel que en el bloque de mármol veía ya claramente la escultura formada, solamente la tenía que liberar de sus paredes y mostrar a los demás lo que él ya había visto. Me parece una imagen bonita, sin embargo, contemplo las esculturas, bellamente pensadas y creadas durante innumerables horas, y siento lo contrario: encierran algo incapaz de salir de ellas. Quizá sea el alma, quizá aquello que Miguel Ángel y sus compañeros vieron en el mármol. Ese algo quiere salir y no puede. O a lo mejor no debe...
Los maniquíes por otra parte llaman mi atención, de forma similar y a la vez absolutamente opuesta. Las representaciones “ideales”, por decir algo, de las personas, son deformaciones de la realidad fabricadas en masa por una máquina y en un material radicalmente opuesto a la piel. Pero camino por las calles de la ciudad y descubro que esos maniquíes cobran vida cuando un ser vivo los interviene o perturba, según la situación. ¿Qué ha visto el dueño de ese maniquí para querer sostenerlo mediante muletas y atarlo con una cinta métrica? ¿Ha encerrado en él una oscura visión, o esa visión ha sido resultado de un delirio fortuito? 


Esculturas y maniquíes son dos cosas tan similares y tan opuestas que me inquieta la posibilidad de enfrentarlos. La belleza, inversión en horas y nobleza de materiales del primero frente a lo grotesco, manufacturado y tosco del segundo me genera desazón. Y de esta idea fabrico el proyecto atrapado en este libro. Todo lo fotografiado ya existía, solamente lo robé y lo hice mío.

Descubrí tras hacer el proyecto que el fenómeno por el cual nos sentimos inquietos al contemplar estas fotografías, o más bien al contemplar los maniquíes y las esculturas reproducidas en estas fotografías, tiene en el campo de la robótica un nombre. Se llama el valle inquietante, más conocido por su nombre en inglés “uncanny valley”. Esta hipótesis afirma que, cuando las réplicas antropomórficas se acercan en exceso a la apariencia y comportamiento de un ser humano real, causan una respuesta de rechazo entre los espectadores.

¿Se aproxima una escultura demasiado a la realidad? ¿Generan por tanto un rechazo innato? Quizá no sea culpa de las esculturas, sino de fotografiarlas de manera cercana e íntima, como si de un buen amigo se tratase. Quizá es por sacarlas del museo y enfrentarlas a su némesis, el maniquí. Realmente sospecho que son mis ojos inquietos los que han visto en estas representaciones antropomorfas algo más que un bloque de piedra o plástico, para liberarlo en este proyecto y encerrarlo en la memoria de quien lo vea y se pregunte: ¿Qué estoy viendo?
Pedro Parra Moyano

Febrero de 2024

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